Érase
una vez un pequeño equipo que nació en un recóndito grupo de una
división muy baja, la X, y vivía en medio de un juego cruel y
exigente.
Poco a
poco fue aprendiendo a base de hacer las cosas despacio,
humildemente, pero con tenacidad. Muchas veces ganaba y algunas otras
perdía. Pero siempre volvía a intentarlo. Conquistó algunos
títulos y siguió escalando, protegido por su Propietario, que con
mucho esfuerzo le iba dando poco a poco lo justo para poder seguir en
la competición.
Por
desgracia un día el Presidente, víctima de la presión mediática y
el exceso de alcohol, se enfrentó al Poder lanzando notas de prensa
contra la Organización, quejándose de las injusticias y se
desorientó y perdió la cordura, y empezó a malgastar en vicios
personales lo que debería haber dado a sus chicos. Y el equipo cayó
en desgracia. Y en la Tabla.
A
pesar de todo y gracias a la unión de sus jugadores, cuerpo técnico
y afición, consiguió ir sorteando las desgracias y dificultades y
tras muchos ascensos, descensos y promociones un día encontró un
camino de baldosas verdes, blancas y doradas, como las líneas de su
escudo, y consiguió ascender a V división. Nunca nadie había visto
un equipo tan pequeño y tan pobretón, llegar tan alto. Entrar en la
Corte, nada menos.
Al
final su Presidente perdió todo su empuje y el equipo quedó
desamparado a merced del Programa Mayor, que lo encerró en un grupo
muy fuerte donde el resto de los equipos le maltrataban
deportivamente hablando, y se reían de sus derrotas.
La
competición le hacía de menos y durante dos temporadas sufrió para
mantenerse. Y hasta tuvo que recurrir al partido de promoción, en
ambas ocasiones, para que que no lo echaran a la calle.
Por
fin, en la temporada en que cumplía sus 40 de vida, decidió que
tenía que hacer algo especial si quería entrar en la fiesta de los
que se disputan el título y consiguen el trofeo.
Y una
noche de Hattrick, sentado en el césped de su Coliseum, agarrado a
la camiseta tricolor que le hacía sentirse orgulloso, se encomendó
a una estrella fugaz.
Y las
Hadas del HT se compadecieron de él porque vieron que su corazón
era limpio y puro y que merecía una oportunidad. Así que, como no
tenía dinero para poder comprar mejores jugadores y más jóvenes,
le concediieron algunos deseos y así consiguió que sus veteranos
vivieran una segunda juventud y que los que tenían cintura de barril
se convirtieran, por una temporada, en apuestos príncipes; los que
eran lentos como caracoles de golpe empezaron a saltar y brincar como
ligeros corceles; los que apenas veían sus manos con los gruesos
vidrios de sus desgastadas gafas, de repente empezaron a adivinar
pases larguísimos a compañeros que estaban siempre en el sitio
oportuno.
Y así
aquel equipito cuyos miembros parecían tener cuerpo de madera
y que apenas podían se movían como marionetas, se fue desprendiendo
de las cuerdas que lo dirigían y se convirtió en un equipo de niños
felices, de carne y hueso, alegres que jugaban y se divertían.
De
golpe el equipo lleno de manchas de ceniza y de los posos que se
quedan al fondo del grupo cuando acaba una temporada, se había
convertido en un lustroso equipo que movía el balón y obligaba a
sus rivales a correr detrás de él.
Pero
el HT es duro, como la vida misma, en el primer partido de aquella
Temporada que tenía que ser su gran Baile y la oportunidad de
codearse con la Nobleza, sufrió una terrible derrota. Y le pareció
que sus calabazas dejaban de tener ruedas, que los pajarillos ya no
podían tirar del carro y que sus jirones y harapos ya no eran
brillantes uniformes de campeón.
Pero
no había trabajado tanto, para quedarse ahí.
Con
buen ojo supo leer y adivinar los puntos fuertes de los rivales y se
esforzó para pararlos, y al mismo tiempo buscaba sus debilidades y
empelaba todo su potencial en atacarle allí donde fallaba. Y durante
muchas jornadas de la primera vuelta, poquito a poquito fue arañando
los tres puntos de cada partido, salvo un empate, sin llamar la
atención y asciendo paso a paso hasta meterse en el segundo puesto
al finalizar el primer baile.
Las
campanas empezaron a sonar y parecía que todo el mundo a su
alrededor se volvía loco. Y muchos lo encumbraban como el nuevo
Príncipe.
Pero
él sabía que quedaba mucho por hacer . Y los rivales, que también
eran fuertes y orgullosos, salieron al segundo vals de la temporada
dispuestos a devolverle a sus cacerolas y sus cepillos. No podían
permitir tamaña barbaridad: ¡un equipillo de X amenazando el primer
puesto!. ¡¿Dónde se había vista tamaña afrenta?!.
Y
empezó a verse obligado a arriesgar y a jugar con fuego. Y justo el
día en que su máximo rival pinchaba y él podía quitarle el Cetro,
con la precipitación y los malos consejos de la Bruja de la
Ambición, en un descuido se pinchó en la yema de su juego con el
huso de la rueca del contra-ataque y cayo desvanecido, inerte, casi
muerto.
Dejó
de jugar el balón. Perdió fuerza. Y tres partidos seguidos. Y
corría peligro de perder, también, toda la ventaja acumulada. Y
hasta el segundo puesto.
Y
todos a su alrededor se preguntaban qué le había pasado y cómo
podían sacarlo de su letargo.
Y
llegó la batalla final. Se enfrentaba en el último encuentro,
precisamente contra el caballero que le derrotara en la primera justa
de la temporada, por tres goles a cero. Y la cosa no podía ponerse
peor. Aprovechando su somnolencia y apatía, en un córner el equipo
rival marcó el 0-1 en el minuto 8.
Las
hadas parecían haber desaparecido. Lo viejos se mesaban los cabellos
y no podían mirar a los vidriosos ojos de sus nietos que alzaban la
cara con incredulidad, como preguntando: “¿Dónde está nuestro
sueño?”.
Y en
esto, en el minuto 21, un pequeño Ratoncito, que siempre
había estado en el equipo desde que nació, escondido en la cantera
primero y en la plantilla después, y trabajando duro y en silencio,
y que en la temporada anterior se había convertido en el máximo
goleador del Club en su historia, le dio el beso del despertar con
una brillante entrada llena de talento por la banda derecha de las
que hacen época, finalizada con un suave y certero remate a la base
del poste contrario, ante la incredulidad del guardameta.
¡Todavía
había partido y parecía que las Hadas, la música y las estrellas
habían vuelto.
El
Equipo volvió a jugar como sabía y como había hecho en la primera
vuelta de la temporada. Y toda su vida. Y trató de marcar el gol que
le aseguraba triunfo y el segundo puesto.
Pero
entre que el rival se defendía bien y que el Equipo tardaba en
desentumecer todos sus miembros y en afinar la puntería, las
ocasiones se iban escapando y el tiempo se iba agotando.
Hasta
que 3 minutos antes de acabar el partido, el Capitán lleno de
experiencia, que siempre había sido santo y seña del Equipo y quien
siempre había asumido las mayores dificultades y retos por sus
compañeros, en un despiste del defensa rival, con toda la magia que
sabía y todo el talento que tenía, robó el balón y tras un fino
y delicado recorte, lo mandó al fondo de las mallas, para asegurar
el 2-1 y el Segundo puesto en la exigente y difícil V división.
Y a
partir de ahí los niños reían, los abuelos bailaban, los juegos
artificiales surcaban el aire y todos fueron felices y comieron
perdices y ositos de gominola y chocolate.
Y como
suele decirse, colorín, colorado, este Cuento... se ha acabado.