El
agua que resbalaba por su pelo y caía por su frente, lo obligaba a
mantener los ojos guiñados. La lluvia formaba una especie de cortina
que anulaba los colores y cubría todo de un tono grisáceo.
Respiraba un aire fresco y húmedo que le llenaba los pulmones. Le
encantaba jugar en días como este. Siempre le había gustado.
Y no
sólo porque con el campo embarrado su corpulencia fuera una ventaja
para pelear por el sitio junto al balón y arrastrarlo lejos de la
maraña de piernas que lo rodeaban, sino porque obligaba a
anticiparse a cada bote resbaladizo, a meter el pie con cuidado muy
por debajo para levantarlo, a ir siempre un paso por delante.
Cada
vez que llegaba al campo en días como estos, no podía evitar
esperar encontrarse el olor húmedo a serrín y madera de aquellos
pasillos y aulas del Colegio de la Reverendas Madres Clarisas que
servían de improvisados vestuarios cuando empezaba a jugar en aquel
incipiente DaniFalkis.
¡Qué
suerte tuvieron!.
La
creación del equipo juvenil por el italiano Mazzola y la posterior
llegada al puesto de entrenador del goleador Gierada, propiciaron el
trabajo con los delanteros más jóvenes que dio una primera
hornada, espectacular, con los Zubiaurre, Zuleta y finalmente Carlos
Ríos, “el canterano del millón y medio de euros” como le
había llamado la prensa en el momento de su traspaso récord.
Después
llegaría él y Bernabeu y después Molins. Sus compañeros. Sus
amigos. Y la tripleta que había marcado una época protegidos y
dirgidos por el segundo entrenador delantero, el mito Jonás Marsá.
Pero
no olvidaba que todo había empezado, hace muchas temporadas, con
Antonio López. El primer goleador del equipo en aquel campo
sencillo que luego se convertiría en el impecable Coliseum que ahora
disfrutaban.
“¡Raúl!”,
gritó anticipándose a todos cuando el balón cayó de las nubes
después de uno de esos pases fantásticos de Majidi en un córner.
Hoy con el italiano Ostengo en el banquillo, la responsabilidad de
luchar esos balones aéreos le tocaba a él.
Era un
partido complicado. Venían de empezar la segunda vuelta con derrota
y el exigente público que llenaba el Coliseum se merecía, y más
con la que estaba cayendo, una victoria y devolver al Equipo a la
primera posición del grupo. Pero el Míster había sacado su varita
en el vestuario y se lo había dejado muy claro en la charla antes de
saltar al campo.
“Hoy
más que nunca tenemos que basar nuestro juego en dominar le balón.
Lo tenemos que tener siempre. Nos servirá como ataque, creando
ocasiones, y como defensa, evitando que las tengan ellos. Si no
tienen ocasiones, su delantera por muy fuerte que sea no podrá
marcarnos. Y nosotros tendremos ocasiones. Y fallaremos muchas porque
su defensa y su portero son fuertes, pero al final llegará el gol.
Paciencia.”
Y como
siempre había acertado. Al menos en la primera parte. Habían creado
muchas ocasiones: un penalty a Majidi que se merendó el árbitro
belga nada más sacar de centro, un tiro al larguero del mismo Majidi
con esa fina puntería que tenía, una jugada de inteligencia en el
área como sólo el Capitán Molins era capaz... Pero el gol todavía
no había llegado. Eso sí, el contrario sólo había creado una
jugada y el balón se fue lejos de la portería.
En
esta segunda parte el Ratoncito lo intentaba, sin suerte. Pero
no se rendía. Haberse convertido en el máximo goleador histórico
del equipo no era producto de la casualidad. Seguía tirando esos
demarques y ofreciéndose en el área, volviendo locos a los defensas
y abriendo ocasiones a sus compañeros. Su fama le precedía. Y sabía
jugar muy bien con ello.
Producto
de una de esas jugadas, le cedió el balón a media altura entre los
desconcertados defensas que intentaban tapar el tiro y Raul enganchó
una de esas voleas que tan bien se le daban para clavar el 1-0.
Luego
vino el penalty, esta vez sí pitado, que Ilkil Majidi, como siempre,
clavó al lado contrario del portero. 2-0.
Y otra
falta de Majidi que el portero sacó con la punta de los dedos de la
misma escuadra. Sí que era bueno el guardameta, como les había
advertido el Míster. Sobre todo al lado derecho.
Y
alguna ocasión más. No obstante aunque el 2-0 parecía encarrilar
el resultado, la defensa estaba muy cansada apesar del refuerzo de
Engler que había salido por el Capitán hacía unos minutos y
cualquier ataque podría darles el gol a los contrarios y meterlos en
el partido de nuevo.
Quedaban
apenas diez minutos y el Míster les recordaba, empapado desde la
banda, que no arriesgaran, que tocaran con facilidad y que siguieran
luchando cada jugada.
El
balón se quedó clavado en el blando y húmedo césped. Vio venir al
defensa y supo lo que tenía que hacer. Metió el cuerpo y aguantó
la embestida. Luego se giró apoyando su espalda en el contrario que
se quedó bloqueado. Un segundo defensor intentó meter la pierna,
pero con un suave toque movió el balón lo justo para pasársela por
debajo. Fintó a un lado y con el exterior salió hacia el contrario
con el balón pegado, dejando a un tercer rival sentado en el suelo,
al menos anímicamente. Estaba en la frontal y sabía que ya era
suyo. El portero salió intentando tapar todos los huecos, pero
Gomila se encontraba en su salsa: un suave toque envolviéndolo
por la derecha mandó el balón con cierto efecto para que botara
resbalando apenas unos centímetros fuera del alcance del guardameta.
El esférico se estrelló contra la esquina interior de la red
cayendo mansamente al inundado suelo.
“Hay
que tirar al palo de atrás”, solía decir Antonio López, hoy
Secretario General del Club, cuando se pasaba por el entrenamiento de
los chavales.
“Ahí siempre es gol”.
¡Qué
razón tenía!.
NOTA: Con estos dos goles Gomila, el jugador activo que más temporadas lleva en el primer equipo, alcanza los 11 goles en esta y con los 7 en Liga se coloca líder en solitario del Trofeo Pichichi del Grupo.