“Aún
ahora, en que el pulso me tiembla sin remedio y los dedos trazan
irregulares líneas en el papel, casi sin conseguir ligar unas letras
a otras en una palabra apenas inteligible, me gusta sentarme al
anochecer en este rincón del salón, junto a la repleta librería de
madera de acacia, a la luz de esta antigua lamparita cromada cuya
bombilla incandescente, obsoleta y seguramente ilegal, tiñe todo de
un cálido tono miel, para escribir alguna de las cosas que he podido
vivir antes de que el pozo de mi memoria se quede seco o, lo que
probablemente sucederá antes, no sea capaz de encontrar la manera de
subir el cubo con la preciada recompensa.
Siempre
me ha gustado seguir mi particular ritual lentamente, incluso en mi
juventud.
Primero
retirar ligeramente la lámpara para dejar espacio suficiente para
acomodar unos pliegos de papel verjurado, siempre blanco, flanqueados
por el estuche de la estilográfica y el bote de tinta, cuyo color
depende de mi estado de ánimo, o del carácter del escrito que voy a
acometer.
Después
con cortos movimientos, pausados y sencillos, abro el estuche de
cuero rugoso disfrutando de su especial tacto y saco la estilográfica
de su mullida cama de seda. Es un dulce despertar. A veces incluso le
digo unas palabras como si abrazara a un bebé fuera de su cuna:
“...ha llegado el momento de que te expreses...”.
El
cuerpo de celuloide laminado semitransparente – terso, pulido –
muestra los brillos nacarados de las franjas silver pearl. Apenas
pesa. Descansa en la mano casi sin apreciarse. Como un niño aún
dormido en los brazos de su padre.
Desenrosco
el capuchón con ese elegante clip art decó en forma de
flecha – golden arrow se llamó en el momento de su
lanzamiento este modelo, allá por el final de los años 30 del siglo
pasado – y extraigo el cuerpo cilíndrico y curvado con el plumín
de 14 kilates fino y brillante. Me gusta mantenerlas impecables,
limpias y listas para el uso.
Hago girar el final del cuerpo y dejo a la vista el botón de plástico
transparente – fruto de las restricciones de la época de guerra en
que se sustituyó el original metálico – que al accionarlo
presiona el diafragma interior y vacía el depósito. Destapo el
frasco de la tinta marrón chocolate, esta vez , será por el
ambiente invernal próximo a la Navidad, y sumerjo ligeramente el
plumín que desparece en el denso líquido.
Presiono
lentamente el botón – ese sistema de llenado que
revolucionó el mundo de las estilográficas y que se convirtió en
el método más limpio y seguro – y el aire sale formando pequeñas
burbujas que aparecen en la superficie y crean curiosos reflejos en
la capa de tinta. Al soltarlo el líquido entra por succión en el
interior del cuerpo – el primer depósito sin funda de la historia
– y lo rellena poco a poco, intentando expulsar el aire contenido.
Repito la operación varias veces pausadamente, aguantando unas
décimas en el punto máximo de presión antes de soltar tal y como
recomendaba el fabricante, para que poco a poco el aire residual vaya
siendo expulsado y la cavidad quede totalmente rellena de tinta.
Finalizada
la operación, mezcla de tradición y tecnología, limpio con un paño
liso sin pelusas el plumín y me apresto a probar su escritura. Con
una suave sensación de firmeza se apoya en el papel y se desliza
fácilmente dejando su rastro de color marrón. El aroma de
la tinta con esencia de canela, inunda sutilmente la atmósfera bajo
la cálida luz de la lámpara de mesa. El plumín, duro pero flexible,
se curva infalible abriendo el punto con facilidad según presiono.
La escritura se convierte entonces un arte.
Recuerdo
aquella temporada 58... “el año en que acabó el sueño”
escribieron los periódicos.
En
realidad, el sueño llevaba ya varias temporadas siendo un duerme
vela inquieto e inseguro y en aquella se convirtió casi en
pesadilla. En el equipo éramos muy conscientes de ello y aunque sufrimos por
la impotencia, nuestro disgusto fue mucho menor que el de los
aficionados. En el Club muchos se negaban a admitir la realidad y lo
peor es que sobre todo en los medios, se seguía exigiendo unos
resultados que no estaban a nuestro alcance. Fue una época dura, sin
duda.
El
Equipo se había forjado apoyado en veteranos de mucha calidad y
algunos jóvenes muy valiosos, sobre todo en el mediocampo. Y con el
paso del tiempo aunque los segundos alcanzaron su máximo potencial,
la defensa y la delantera perdían cualidades sin cesar. Éramos un
gigante con pies de barro. Bueno, o una locomotora sin ruedas, ni
raíles... difícilmente podía ir a ningún sitio.
En
vista de lo que venía sucediendo en las temporadas previas y de que
no había mucho más margen de mejora con el entrenamiento de
jugadas, decidí cambiar – como por otro lado estaba ya
planificado desde hacía tiempo – al de anotación, que nos había
dado grandes alegrías y enormes jugadores en el pasado con el Míster
Gierada. Los partidos se habían convertido en una frustración
porque por mucho que domináramos, no éramos capaces de hacer goles y
en cambio cada vez que nos llegaban, nos marcaban. Esto fue minando a
los jugadores y no se podía comprender desde la grada. La verdad es
que injustamente se acusó a algunos jugadores o al conjunto, por su
falta de dedicación. Pero no era esa la causa. Cuando el oxígeno no
llega a las piernas, hace tiempo que no pasa por el cerebro. Y si la
cabeza está vacía, el corazón no importa.
La
apuesta era fuerte y valiente, pero era la única salida y desde el principio
significaba ponernos en un gran riesgo, casi una certeza, de perder
la categoría.
El
recorrido en V había sido increíble. Nadie pudo jamás soñar con
algo así.
Llegamos
a base de esfuerzo en un partido de promoción histórico. Y durante
las primeras dos temporadas habíamos arañado la salvación del
descenso directo, y a base de corazón, habíamos conseguido
mantenernos en el partido de promoción. Éramos un enano compitiendo
con gigantes. Y todos lo asumimos. Y parecía lo normal.
Quizás
el desastre – qué ironía – fue el éxito impensable de la
tercera temporada en V, la 55. De golpe todo encajó y el Equipo se
aupó a la segunda plaza del grupo, ¡ en V nada menos !. Fue un
momento mágico y el premio a mucho trabajo tanto en los despachos
como en el terreno de juego y sobre todo llevados por el clamor y
apoyo de las gradas.
Pero,
las expectativas se dispararon.
A
muchos se les subió el éxito a la cabeza y les nubló la vista, y
dejaron de ver la realidad. La temporada siguiente a pesar de los
buenos resultados, similares a la 55, acabamos cuartos. El resto de los equipos también mejoraban, ¡qué demonios!, pero eso nadie
parecía comprenderlo.
En la
57 volvimos a nuestro lugar y de nuevo nos salvamos in extremis
del descenso directo, en el último partido. Y ganábamos el
partido de promoción brillantemente. Era como prolongar la condena
una temporada más.
Y al
final llegó el descenso. Es verdad que podríamos habernos salvado
de nuevo en el último partido. El Equipo estaba agotado y las
lesiones, sobre todo en defensa, nos tenían muy limitados. Decidí
hacer una alineación, un poco arriesgada, pero en mi cabeza, muy
adecuada. Premié a los jugadores que estaban en mejor forma y que
más habían trabajado. Pero se nos escapó entre los dedos.
Al
final habíamos conseguido depender de nosotros, de nuestra victoria,
en ese último partido frente al cuarto clasificado. Saltamos al
campo pensando sólo en la victoria. No servía otro resultado.
Pusimos una 2-5-3: no se puede ser más directo. El principio, a
pesar de las ocasiones que creábamos, parecía un calco del resto de
la temporada – y alguna anterior –, dominio, pero el gol no
llegaba. Por fortuna atrás, Hajiabadi en la portería y Majidi y
Kida, con la ausencia de César lesionado gravemente y obligado a la
retirada, se empleaban como auténticas fieras frente a la clara
superioridad del ataque rival.
Pero
no se puede aguantar eternamente y al principio de la segunda parte
nos hicieron dos goles en dos minutos, en dos ocasiones de las cinco
que consiguieron hacer en todo el encuentro. Qué crueles son a veces
las cifras.
Por
suerte teníamos grandes jugadores y grandes mitos en el Equipo –siempre los hemos tenido– que
sabían cuándo se les necesitaba. Un par de minutos después, el
Ratoncito, convertido ya en un veterano indispensable y
segundo capitán, asumió la ausencia de Molins, también lesionado,
y decidió ser él quien empezara a cambiar el destino. Una internada
brillante a base de picardía y habilidad, rematada con un disparo
tremendo que restalló en el larguero antes de reventar las mallas
–como le gustaba al gran Maestro Holandés del eterno número 14 –
nos dio el 1-2.
La
reacción del resto del Equipo, espoleado por su líder, no se hizo
esperar y una aluvión de juego nos llevó, apenas tres minutos
después a forzar al contrario a cometer un penalti, que el fiable
Majidi no desaprovechó. Era el 2-2 y quedaban más de 25 minutos.
Lo
seguimos intentado, pero el rival sacó refuerzos frescos, incluso de
mayor calidad. Es lo que tienen los equipos de este nivel. Y a pesar
del esfuerzo y el dominio, no logramos marcar el gol de la victoria.
Y de la promoción.
Cuando
sonó el silbato con el 2-2 en el marcador, una proeza sin duda, creo
que a muchos se les cayó la venda de los ojos.
Terminábamos
la temporada con tan sólo 1 victoria y 1 empate, – bueno,
contabilizamos otras dos por la baja de uno de los equipos del grupo
– y con apenas 8 goles marcados en 14 partidos. El pichichi del
Equipo en Liga fue Majidi con 3 dianas, lo que es una cifra realmente
insignificante. En toda la temporada nos sorprendimos con grandes
goleadas en Copa, donde el Equipo alcanzó la nada desdeñable
tercera ronda y posteriormente la cuarta en la Rubí. En total 25
goles con el canterano Jarés, el fiable Gomila, el emperador
César y un comprometido Pinilla, alcanzando cada uno la máxima
cantidad de 3 goles. En los amistosos, Toledo, un joven canterano que
vio frustrado su ascenso en mediocampo con el cambio de
entrenamiento, se resarció convirtiéndose en el máximo goleador
con 4 tantos.
Con
estos resultados, realmente hay que reconocer que no nos merecíamos
seguir en la categoría. Creo que aun hoy en día, hay muchos que
siguen sin entenderlo. La sentencia casi era una liberación.
El
proyecto estaba de nuevo vivo: bajar a VI y competir de nuevo;
terminar de formar a los magníficos delanteros que habíamos criado
en el juvenil: Jarés sorprendente máximo goleador de la temporada y
que ya apuntaba a lo que llegaría a ser; Parfenie y Filegonio Orge,
el futuro capitán, e incluso traer nuevos jóvenes de fuera;
recuperar el espíritu de victoria y entrar en el mercado tras varias
temporadas de ahorro para renovar la defensa y hasta la portería a
pesar de la calidad existente; … en fin... sacábamos la cabeza del
pozo en el que habíamos sufrido varias temporada y en especial en
aquella en que como récord sólo podríamos contar las goleadas en
contra...
No
quedaba otra que hacer examen, pulsar las teclas necesarias en el
ánimo de jugadores y afición y ponerse a trabajar. Una temporada da
para mucho y el objetivo del ascenso a V, al que no había por qué
renunciar, exigia lo mejor de cada uno de nosotros.”