Sólo
habían transcurrido dos días del recién iniciado 2010 cuando el
bueno de Baldomero Queaires, aterido de frío pero escrupuloso con el
cumplimiento de sus obligaciones como ojeador principal de los
juveniles de Falkis, se despazó hasta un perdido pueblo al norte de
León en busca de nuevos fichajes.
Tras
un helador día viendo jugadores junto a otros cazatalentos,
estaba ya a punto de retirarse a tomar un caldo caliente en la
pensión y cambiarse los húmedos calcetines, cuando el último de los
porteros que quedaba frente a la tanda de lanzadores se dobló la
muñeca y tuvo que retirarse entre sollozos, mezcla de dolor físico y
desesperación por la oportunidad perdida.
Se
trataba de unas tanda para el lucimiento de los tiradores más duros
y todos los presentes dieron el asunto por zanjado.
A
pesar de ello y dado el entusiasmo de los chicos, -en aquella perdida
aldea pocas posibilidades había de destacar en algo más que en
cargar bultos en la fábrica de embutidos o arar los campos-, el
organizador del partido, maestro del pueblo y otrora delantero de la
Cultural y Deportiva Leonesa del mítico Marianín, buscó con la
mirada algún posible sustituto, pero ya todos los que habían
acudido se habían marchado huyendo de la más
que previsible nevada. No obstante en el banco de piedra quedaba un
chaval delgado que miraba con enormes ojos las evoluciones de los
mayores en el campo. Con un gesto le indicó la portería. El chico con
cara de incredulidad se señaló el pecho interrogante. Y el maestro
le insistió con un ligero ademán de cabeza. El chico corrió a la
portería como si fuera lo único que deseaba en la vida.
Los
delanteros mayores se hartaron de bombardearle con cañonazos de
todos los tipos: balones altos, bajos, con bote, a los postes... El
pobre zagal, supliendo su falta de habilidad con un entusiasmo sólo
comparable a su agilidad, conseguía siempre interponer alguna parte
de su cuerpo en la trayectoria del balón. Ora con el codo, ora con
la rodilla, cuando no el propio estómago o hasta la cabeza, lo
cierto es que el mozo se las apañó para desviar o al menos tocar
muchos de los balones que le enviaban. Al cabo de unos minutos,
agotados los lanzadores y amoratado el improvisado portero, se dio
por terminado el evento para alegría de los ojeadores y resto de
espectadores.
Baldomero,
como el resto corrió raudo a su coche y salió a toda velocidad para
evitar la noche camino de la pensión en un pueblo a unos 60
kilómetros por carreteras infernales.
Durante
todo el trayecto no pudo quitarse de la cabeza a aquel chavalín
largirucho y su expresión de determinación. Cansado y agotado se
convenció de que le faltaba casi todo para llegar a ser portero y
olvidó el asunto.
A
la mañana siguiente una enorme nevada había dejado incomunicado el
hostal y la mitad de la comarca. No quedándole más remedio, echó el
día leyendo sobre fútbol, su pasión: desde la teoria de Arrigo
Sachi, hasta la cinefilia de Carlos Marañón, pasando por la
biografía de D. Alfredo o los apuntes de Juan Tallón.
Y
al volver a la cama, con el espíritu lleno de balones y redes, se
sorprendió de nuevo intentando descifrar los mágicos movimientos de
aquella lagartija con alma de portero.
A
media mañana del siguiente día, por fín las quitanieves pudieron
abrir un frágil camino de salida. Y con un enorme cuidado recorrió
la distancia hasta la ladea en busca del chaval que le obsesionaba.
Cuando
llegó se dio cuenta que no tenía ni idea del nombre, ni de ningún otro
dato relevante. Trató de encontrar al maestro, pero al ser Navidades
se había marchado camino de la capital con la familia. Intentó
preguntar aquí y allí pero entre lo desierto del pueblo y la falta
de datos le fue imposible avanzar en sus averiguaciones.
Al
día siguiente regresó determinado a encontrar al muchacho y
despejar sus dudas. Pero la lluvia retrajo a todo el mundo a su casa
y la faena fue infructuosa.
La
siguiente mañana, ya día 5, desesperado y agotado decidió volver a
casa a celebrar la fiesta y olvidarse de la quimera que había ido
forjando en su cabeza. Salió a la carretera y enfiló el camino de
vuelta. En el cruce cercano tuvo que esperar a que un gran camión
fuera remolcado fuera del barro de la cuneta por un tractor. En la
espera su mente de nuevo vagó por la imágenes que le habían
deslumbrado y de golpe comprendió que aquellos movimientos
aparentemente aleatorios no sólo buscaban la trayectoria del balón sino que lo
dirigían a los laterales con criterio.
Ensimismado
estaba cuando el número de la Guardia civil le dio paso urgente
entre el Patrol verdiblanco y la caja del camión. Lentamente
y concentrado en las dimensiones del vehículo atravesó el obstáculo
sin fijarse en nada. Pero en el último instante algo llamó su
atención en la esquina más oculta del retrovisor. ¡Allí estaba!.
Subido al tractor y abrigado hasta las cejas: Era el chaval de los
pelotazos.
Un
frenazo. Una carrera. Unas rápidas palabras.
Varias
horas de espera hasta que el chico remolcó el camión hasta la
fábrica y apenas media hora hasta que regresaron al hogar del chaval.
Una
trabajosa conversación con los padres, los sollozos de una madre
emocionada por que el futuro reconocía a su niño y la claudicación
del raciocinio de un padre ante la ilusión cristalizada en unos
enormes ojos negros de un hijo, y la magia de los Reyes Magos, aquella
noche del 5 de enero de 2010, se hizo realidad entre un pueblo
aislado al norte de León y el Coliseum de Falkis.
Todo
el mundo tuvo su regalo.
Así
es como el joven Marcos Calveras con apenas 16 años se incorporó a
Falkis. El que sería el equipo de toda su vida.
Pasó
por DaniFalkis en las temporadas 3ª (campeones de III), 4ª, 5ª y
6ª. Coincidió en esta época con otros ilustres del equipo como
Gilbert o Winifredo, sus grandes amigos, o al final con un
jovencísimo Zubiaurre. A lo largo de su formación en el juvenil
alcanzó en numerosas ocasiones la puntuación de 6,5 estrellas.
Ascendió
a la primera plantilla el 9 de septiembre de 2010, al final de
temporada 31, con apenas 18 años, en la misma temporada que
Winifredo o Ruiz del Arco que luego se convertiría en uno de los
jugadores más caros traspasados por el Club.
Fue
el primer gran guardameta que salia de la factoría de DaniFalkis y
sin duda el primero que realmente ha triunfado y completado su
carrera sólo en este equipo.
Su
llegada coincidió todavía con la época final del portero y jugador
más longevo de Falkis, Juan Ramón Arra, y con el inicio del dominio
de Matei Tunaru, el mítico portero rumano.
Dos
grandes maestros de los que aprendió todo, como muchas veces ha
recordado.
El
propio Arra, último jugador de la plantilla original en retirarse,
siempre le señaló como su sustituto en la portería de Falkis:
“Un portero criado en Falkis y jugando siempre para Falkis”.
Aunque
al principio alternó algunas actuaciones con los demás guardametas, sobre todo en copa, no fue hasta la
temporada 38 cuando se hizo con la titularidad. Esa misma temporada
conquistó el Trofeo Zamora con tan sólo 4 goles encajados en los 24
partidos disputados. Lo que hoy sigue siendo el mejor récord del
equipo.
Finalmente
ha formado parte de la primera plantilla de Falkis durante nada menos
que 20 temporadas entre la 31 y la actual 50. Sólo superado entre
los juveniles ascendidos por los todavía activos Fortuny (T 28) y
Gilbert (t 30), o su coetáneo Winifredo que también apura sus
últimas temporadas en el equipo.
Especialista
en el mano a mano con los delanteros, se ha ocupado en los últimos
tiempos de la formación de los jóvenes guardametas.
Esta
semana, a punto de llegar a los 38, se retira dejando a los jóvenes
valores del club toda una filosofía de entender este juego y este equipo. Sin duda se ha ganado un puesto muy especial en la historia de este Club.
Su Club.