viernes, 22 de noviembre de 2019

Raül Gomila: El Coloso de Falkis


Raül Gomila llegó al Colegio de las reverendas Madres Clarisas de la Caridad con apenas 15 años procedente del Colegio Padre Mañanet de Barcelona. 

Su enorme tamaño, incluso a esa edad, no era el mejor camuflaje para pasar desapercibido siendo “el nuevo”. Pero su afable manera de ser conseguía darle la vuelta a los dardos que le mandaban el resto de alumnos tratando de incomodarle, para acabar haciendo reir a cualquiera. Una personalidad sobria, una mente equilibrada y sobre todo su gran sentido de la justicia hicieron que pronto fuera el defensor de todos y como no, el baluarte tras el que se protegía el Equipo.

Una graciosa anécdota en el momento de su inscripción en el equipo juvenil trastocó la tilde de su “u” en una diéresis que acentuaría su singularidad a lo largo de toda su carrera. 
Raül era así: nada le desquiciaba a todo le sacaba provecho. En su caso, nunca mejor dicho, “al mal tiempo, buena cara”. No en vano en los peores días de lluvia, frío, barro y viento era cuando mejor jugaba, cuando se encontraba “como pez en el agua” y cuando sacaba todo el potencial a su fortaleza física. (ver T56.Sexta victoria contra viento y marea en el Blog de Falkis).

En DaniFalkis no destacó especialmente en la faceta goleadora, donde logró unos discretos 11 goles en 3 temporadas, eclipsado por jugadores como Mesías -- que es aún hoy en día el segundo máximo goleador junto a Orge y tras Rutherford--. Pero su complexión fuerte y su caracter equilibrado, junto a su capacidad de liderazgo y cierta habilidad a balón parado, llamaron la atención del Míster Gierada.
Ascendió a la primera plantilla en la T39, con sólo 17 años, siendo el primero de los tres delanteros que luego serían, junto al máximo goleador Bernabeu y al eterno Capitán Molins, la delantera de la época dorada del Club. A su llegada compartió vestuario y estuvo a la sombra de los tres primeros grandes delanteros canteranos: Zubiaurre, Zuleta y el “jugador del millón y medio de euros”, Carlos Ríos. Pero lejos de abandonarse ante la evidencia tabajó duro y aprendió de los mejores, para cuando estos dejaron el Club en las temporadas 46 y 47, aprovechar su oportunidad con un más que consistente relevo.

Y tanto. 
Su explosión en la T48 con el Pichichi compartido (en VII y logrando el ascenso a VI) con Danielsson con 16 goles que hasta ahora es el récord -- igualado posteriormente por el ya mítico Bernabeu un par de temporadas después --  más un nuevo Pichichi en solitario en la T51 (VI) con 10 goles y finalmente -- de nuevo con Bernabeu -- en la T53 (V) con 6 tantos su último trofeo de máximo goleador del Equipo, le han convertido en el momento de su retirada en el 2º Goleador histórico del Club, con nada menos que 105 goles (69 en liga + 17 en copa + 64 en amistosos, siendo líder absoluto en estos últimos). 
Otros hitos de su carrera goleadora son los 2 Hattricks en liga (uno con 5 goles!!! siendo el récord del Equipo nunca igualado hasta la fecha), 1 Ht en Copa y 2 Ht en amistoso (1 con 4 goles). También fue el primero en llegar a 60 goles en amistosos.
Como detalle en la historia más emotiva del Club, señalar que marcó el primer gol, el empate a 1, en el partido de ascenso a V...
Pero sin duda el gran hito de su carrera, el hecho que le pone en mayúsculas en la historia del Club son esas 12,5 estrellas, ¡¡¡ récord del Club!!! en un partido de lluvia, como no, al final de la T48, en un amistoso. Su momento más brillante en esas temporadas irrepetibles en que era habitual que superara las 10 estrellas y que figurara constantemente entre los primeros de la tabla pichichis o el equipo de la jornada.
Finalmente no en vano logró el MVP en la T49, muy merecidamente.

Desde el descenso a VI, se venía rumoreando su posible salida del Equipo. El Presidente quería hacer caja de cara a la siguiente temporada para buscar refuerzos e intentar el ansiado regreso a la V y Raül era la opción más clara. Por otro lado nunca tuvo reparos en finalizar su carrera en otro Club, si con ello ayudaba al Equipo de su vida, pero las reticencias del sabio Entrenador Marsá que quería incorporarlo a su equipo de entrenadores, fueron retrasando el momento.

Finalmente ha sido una grave lesión en su maltrecha espalda la que dada su edad recomienda su retirada al staff del Club y al Salón de la Fama Virtual. 
En su último partido, amistoso contra un equipo polaco, vivió momentos trascendentes y opuestos como la anotación en el minuto 10 de su gol 150, su último gol, y la grave lesión, como consecuencia de una fea y desproporcionada entrada del inexperto y descerebrado centrocampista rival Jannik Krogsgaard.

Tras 321 partidos en el Club y siendo el jugador más veterano de la plantilla en activo, decidió colgar las botas la semana pasada, siendo uno de los más queridos por los Dragones y un auténtico luchador que supo imponer su físico en todas las ocasiones y ante todos los elementos.
Su gran experiencia y sus dotes de liderazgo le convirtieron en el tercer capitán y ahora en un fichaje impagable para el cuerpo técnico.

A lo largo de su larga carrera se ha ganado muchos adjetivos: incisivo, solvente, fiable, contundente, trabajador, constante, etc. Pero sin duda lo que mejor le define son su consistencia y su regularidad.
Ha sido el faro que siempre ha guiado al equipo en los peores momentos, contra viento y marea. 

El auténtico Coloso de... Falkis.


miércoles, 10 de julio de 2019

T59. 2ª parte: Un gol, cinco segundos...



Tras el brillante partido en el Coliseum frente al líder Revolta en el último partido de la primera vuelta, la segunda comenzó devolviendo la visita a su inexpugnable feudo.
El Míster en previsión de que el esfuerzo pasara factura, preparó un partido basado en la contención en defensa. El medio campo no podía repetir otro esfuerzo al mismo nivel. Así sacó un efectivo 4-3-3 con la esperanza de aguantar y producir algún ataque efectivo.
Hay partidos que no es imprescindible ganar, sino simplemente sumar lo que se pueda”, había anunciado Marsá.
Un penalty, parado por el siempre genial Hajiabadi en el minuto 19 se convirtió en el empujón definitivo que el equipo necesitaba. De nuevo al final de la primera parte otro paradón del portero y las acciones de la defensa permitían soñar con sacar un resultado positivo. 
 
El partido fue una auténtica lucha entre ambas fuerzas e incluso el Equipo creó alguna oportunidad de gol. 
 
La contención siguió en la segunda parte y las expectativas del Míster parecían cumplirse. Por si acaso, en el minuto 75 decidió renunciar al ya de por ´si debilitado ataque e hizo que el Capitán Molins fuera sustituido por Immerzeel que de inmediato pasó a reforzar el centro de la defensa.
En el 79', el más habilidoso de los delanteros locales se inventaba una chilena imposible para romper el empate. 1-0.
No quedaba otra y el Míster sustituyó a Olek por Jagoda para subir el nivel del medio campo que casi se igualó al del contrario. Era un todo o nada. La derrota ya era un hecho y el empate podía ser casi una victoria.
En esos últimos 10 minutos el partido se convirtió en un brutal intercambio de golpes, con los equipos casi agotados. Y los locales impusieron su mejor puntería para sentenciar un engañoso 4-0.


Marsá habló después del partido de la importancia de haber intentado sacar un único punto, de la incontestable superioridad del rival, y de cómo estuvieron a punto de lograr el objetivo, pero aclaró tajantemente que “este no era el partido que hay que ganar, sino los 6 que quedan...”.


A continuación, el Equipo entraba en los tres partidos fáciles del grupo. El objetivo sin duda era puntuar y preparar el terrible final de temporada con 3 finales seguidas, ya que en esos momentos el Equipo seguía en puestos de promoción.
 
El primer compromiso contra Pompes en el Coliseum, resultó más complicado de lo previsto a priori. El rival se defendió como gato panza arriba y a pesar de la superioridad de los locales tanto en su defensa como en el ataque no consiguió dominar el balón como suele ser habitual, quizás por una excesiva relajación de los jugadores, lo que complicó las cosas a pesar del tempranero 1-0 de Horacio Parra, que ya presentaba sus credenciales para el MVP de la temporada. 
 
El sorprendente empate en el 56' obligó al Ratoncito Bernabeu a tirar de los galones como máximo goleador histórico y jugador con más partidos disputados con el Equipo, ya entonces por encima de los 300, para marcar, tan sólo un minuto después y en una jugada típica de habilidad dentro del área, el 2-1 definitivo. Tan sólo 5 ocasiones dice mucho de la falta de tensión del equipo.
Aprendida la lección, el Equipo se esmeró en los dos partidos siguientes que resolvió con sendos 7-0, aprovechando para “cargar las pilas” y la confianza: el Equipo se encaramó al tercer puesto, a falta de la parte más difícil del calendario.


El antepenúltimo partido, primer escalón a superar, era frente a Tarraco, en esos momentos cuarto. Los ecos de la derrota en casa en la primera vuelta por un ajustado 1-2 preveían una visita muy complicada, además con la imperiosa necesidad de seguir puntuando. Era casi una eliminatoria directa para salvar la promoción.
El Míster planteó una 3-4-3 con ánimo de buscar la victoria con el dominio del balón. Y sobre todo con la motivación. Una salida en tromba, valiente, propició un tiro libre apenas transcurridos 4 minutos, que tras una ejecución de estrategia perfecta era rematada por el joven Cãtãlin Parfenie, uno de los canteranos que ya brillan en el equipo. Un cuarto de hora después, en el minuto 20, Gasau, el eterno suplente que ya es el cuarto jugador con más partidos en el Club, ponía el 2-0 aprovechando su magnífica temporada. 
 
La inmediata reacción del rival en el 21' con el 1-2 fue callada tajantemente, como no, sólo un minuto después por el Capitán Molins que siempre sabe estar cuando el Equipo necesita un dar un golpe de efecto.
La segunda parte se inicio con el mismo dominio lo que permitió a Navarro disponer de un penalty en le minuto 56, pero esta vez el fiable defensor mexicano envió el balón a la grada.
En el minuto 66 el rival se acercó de nuevo poniendo un 2-3 amenazador. Marsá reaccionó confiando en la resistencia de la media para meter a Immerzeel como cuarto defensa en detrimento de un Gasau que lo había dado todo. El Equipo se colocó con un 4-3-3 que le permitió asegurar la victoria.


Era la cuarta victoria consecutiva, muy importante por ser fuera de casa y por eliminar prácticamente a un rival directo, y que colocaba al Equipo en la segunda posición, tras la previsible derrota de Stevemasters, siguiente rival del equipo, en el ante le líder Zaragoza, a falta de los dos últimos partidos contra estos dos equipos que completaban la terna de cabeza.
En apenas unas semanas el Equipo, sorprendentemente, había saltado de luchar por la permanencia a estar a un punto del líder. “Nunca hemos pensado en el título. Como sabéis habíamos planteado una temporada de rehacer el equipo, entrenar y planificar”, dicho el Míster cuando esa semana la prensa empezó a lanzar las campanas al vuelo y a elevar las aspiraciones del equipo.


Penúltimo partido, ahora con una presión distinta, incluso como declaró el Capitán Molins, “Seguramente más alta: los aficionados han sufrido mucho y merecen el premio”.
El rival había vapuleado al Equipo en el segundo partido de la temporada, sin piedad, y ante la sorpresa general. Aquel 5-1 de la primera vuelta levantó muchas ampollas y desató las críticas, las dudas y los terrores. Era el momento de demostrar que el equipo había trabajado seriamente y que volvía a ser el que era. Tanto en entrenador como los jugadores lo sabían. 
Era quizás la gran prueba de la temporada. El Coliseum se llenó hasta la bandera como había sido habitual en la temporada: la afición nunca había abandonado al Equipo.
El Míster planteó el partido aprovechando la ventaja del campo y el magnífico estado de forma de la medular, con un 4-3-3. Los jugadores salieron al campo centrados el el objetivo de la victoria.
Y el gol no se hizo esperar: en el minuto 3, Parra, en plena racha goleadora esta temporada, recogía un mal despeje de la defensa contraria para hacer el 1-0.
Sorprendentemente, el Equipo acusó el gol propio y lejos de ganar confianza empezó a temer por lo ganado y el rival aprovechó el momento y demostró su indudable calidad. En el 13' conseguía el empate, en el único despiste de la defensa. La sombra de la sorpresa apareció en el ambiente . Y aun más cuando cuatro minutos más tarde, el incisivo extremo de Stevemasters conseguía plantarse sólo delante del portero local en un nuevo despiste defensivo. Pero esta vez el portugués Marquitos, fichaje estrella de la temporada, sacó su innegable calidad y supo mantener la portería en una parada de grandes reflejos. Su mirada a los defensas les infundió el a´pice de confianza y de ánimo que necesitaban.
En la siguiente jugada, el Equipo consiguiente un penalty a favor. El propio central Alejandro Navarro, tuvo la oportunidad de redimirse y anotó la pena máxima sin vacilación alguna. 2-1 en el minuto 18.
En el minuto 24, el rival perdía por lesión a su mejor artillero. Una ayuda nunca viene mal. Y el Equipo mantuvo e control hasta finalizar la primera parte.
La segunda parte comenzó con Immerzeel sustituyen en defensa al veterano Olek. Y el dominio ya fue aplastante. En el 50' Penha, el brasileño fichado esta temporada, hacía el 3-1 tranquilizador y a punto estaba de marcar el cuarto unos minutos después.
En el minuto 61, Jarés que acababa de entrar para reforzar más aun la delantera, forzaba un nuevo penalty que otra vez, Navarro convertía en el 4-1, que sería definitivo . Con esta acción el joven Jarés finalizaba su fugaz pero decisiva aparición en tan importante partido, para permitir la entrada de Kida, para poner el cerrojo en los último quince minutos del partido. La cara de felicidad del canterano, ya casi la estrella de la delantera, era el ejemplo de que en un equipo lo importante es aportar y no los minutos jugados. Toda una muestra de las enseñanzas y del espíritu que se respira en la cantera de Falkis.


Esta importante victoria, acompañada de la esperada del líder Zaragoza ante el farolillo rojo del grupo, llevaba al Equipo al último partido de liga a un punto del título, tras una temporada complicada y con mucho esfuerzo.


Cuando llegó el medio día, la vida pública de la ciudad se apagó. Ni siquiera los pájaros aleteaban de cornisa a cornisa buscando el resguardo del sol. El silencio, cargado de expectación sólo se rompía por el uniforme y leve sonido al radio saliendo por las ventanas, recorriendo las desiertas calles. Llenando todos los espacios y todos los corazones. Los abuelos y los nietos; los amigos y los que habían tenido alguna pequeña disputa; los que disfrutaban del sábado y los que tenían que ocupar su puesto sin clientes o a quien atender; las Reverendas Madres y los trasnochadores que habían unido un día al siguiente. Todos estaban entrando, a distancia, en el estadio aragonés para empujar al Equipo. Un broche inesperado a una temporada que había sido una montaña rusa de expectativas e ilusiones.


Cuando la comentarista Marien Lasondas leyó la alineación, la mayoría pasó de abrir mucho los ojos a esbozar una cómplice sonrisa elevando la ceja. El Míster era fiel al espíritu del Club: si el premio puede ser el título hay que por a por él . De frente, sin redes, sin dudas. Mar´sa en estado puro, heredero de Gierada.
2-5-3. Las cartas sobre la mesa. Sin reservas. Máxima confianza en los Parra-Pinilla y Aneiros, flanqueados por los siempre fiables Gasau y Jagoda. Defendidos por Navarro y Penha, los dos jugadores sudamericanos que ante la lesión de César y el envejecimiento de Majidi y Kida, habían dado un nuevo color a la línea defensiva. Detrás el cancerbero Marquitos. Y arriba los más en forma de los arietes: El veterano Molins, el joven Jarés y el goleador Bernabeu.

Enfrente el rival con su muralla de 4 defensas y 5 medios y un único, pero incisivo ariete.
La constelación de 78.5 estrellas del local, ensombrecía las apenas 71 de los visitantes.
Comenzó el partido y se vio que la apuesta defensiva se quedaba escasa en uno de los extremos. Delante habría que buscar el más mínimo hueco. El secreto, el único camino, que el Equipo dominara el balón: cuanto más dominio, más ocasiones propias y menos del rival. La sentencia del legendario “14” holandés.

Los primeros compases fueron confirmando la tendencia. Los suspiros empezaban a aparecer detrás de las ilusiones: el rival no conseguía hacer ocasiones y el Equipo poco a poco buscaba puerta. Al llegar a la media hora, una buena jugada del Equipo desbordando a los centrales rivales contrarios, les obligaba a cometer penalti. Navarro apareció en las oraciones de todos lo seguidores. Y no defraudó. Minuto 29: 0-1.

A partir de ese momento el Equipo va hilando jugadas, sin perder el control, pero no finaliza. Próximos al descanso, en el minuto 43, parece que el Ratoncito, como suele ser lo habitual, tira de galones y cree necesario hacer acto de presencia. Juega una bonita pared para colarse entre los centrales y se planta ante el guardameta al que bate con seguridad. ¡0-2!.
Sin duda era momento ideal. El descanso daba la oportunidad de recobrar fuerzas y confirmar órdenes y sobretodo sellar el conjuro de toda la plantilla.


La ilusión se disparó y los pocos aficionados que pudieron acompañar al equipo en el campo comenzaron a salir de sus refugios. En la ciudad las ventanas se abrieron y el que más y el que menos salió a tomar el aire, a compartir con los vecinos y a lanzar ánimos al cielo. También a respirar: la segunda parte iba a exigir mucho esfuerzo y la emoción estaría a flor de piel.


La segunda parte se inició con la misma tónica: control del balón y buscando puerta. En el minuto 50 el equipo dispuso de un córner perfectamente ejecutado, pero cuyo remate se escapaba por milímetros. Muchos corazones se encogieron, sabían que un tercer gol sentenciaba el partido, pero el cansancio de la defensa iba dejando huecos poco a poco. El equilibrio entre no permitir el balón al rival y que parecieran las ocasiones calaras en contra era cada vez más débil.

Marsá en el 60' decidió no forzar más y retiró a Bernabeu, después de haber cumplido con su objetivo de colocar al Equipo un escalón más cerca de la victoria, para reforzar la defensa con Majidi.
El cambio dio un poco de margen a la defensa y las cosas siguieron igual para alegría de los aficionados. Cada minuto que pasaba era un minuto menos de margen el rival.


Sorprendentemente en el 75' el rival cambió a su delantero, una auténtico killer por el suplente habitual, pero de menos calidad. También refrescó su línea medular.
Marsá por su parte a falta de sólo 15 minutos y sabiendo de la falta de la veteranía de la defensa, decidió apostar por el resultado e hizo que un Jarés que lo había dado todo luchando con los centrales rivales y que a base de juventud y picardía les había ganado la partida, dejara su puesto a Olek que se colocó en la zona izquierda de la defensa central, pasando a un extraño 4-5-1 con el capitán Molins sólo en punta.
Pero como luego explicaría, “las situaciones singulares, requieren soluciones singulares”. El cambio hizo que prácticamente la defensa quedara blindada, salvo un pequeño resquicio en el lateral derecho donde un casi agotado Navarro ponía experiencia y esfuerzo a destajo.


En el minuto 80 el rival decidía sacar a la cancha al veterano extremo al que llaman el “Finlandés volador”, un jugador de gran calidad pero ya limitado en resistencia. Sin duda una daga cuando el rival empieza a flojear.
Y efectivamente, en una impresionante incursión desbordando al mexicano, colocó un balón perfecto para que el delantero centro rematara imparablemente, con más fortuna que intención. 1-2, era el minuto 80.

El Equipo acusó el golpe, seguramente más por el cansancio que por la calidad, pero rápidamente desde el banquillo y desde el capitán se recordó que eran sólo 10 minutos los que quedaban. Había que resistir. La puesta ya no pasaba por las oportunidades propias, diezmadas con la falta de delanteros, sino por mantener el balón y defender con uñas y dientes. 
 
El esfuerzo era mayúsculo, tanto sobre el césped como en el banquillo, en las casas al otro lado de la radio, en el lama de cada aficionado. Se había hecho todo, pero un sólo gol del rival empataba el partido y les daba el punto que les hacía campeones.

Pasaron los minutos: el 81 y el 82 y llegó el 83 y después el 84 seguido del 85 que parecía el límite de las fuerzas. “¡Un poco más!”, sonaba en todas las cabezas y todos los corazones.
Y el por fin el 86 y muy lentamente el 87 y tras una eternidad el 88... y llegó el 89. Eran 60 segundos. La distancia a la gloria. De nuevo.


Y con el equipo concentrado en defender y conjurado para no permitir el más leve error, pasaron los segundos: 10, 20, 30, 40, 50... Era imposible, ¡nunca pasa nada a falta de 10 segundos!...

Pero esta vez, pasó. En el minuto 89, 55 segundos, la banda izquierda se derrumbó como un castillo de naipes y un zaguero rival que habida subido como el resto del equipo a la desesperada se encontró con un balón mágico que atravesó las piernas de los defensas como si de un duende se tratara, para quedar a su disposición y que lo enviará al fondo de la red a pesar del último esfuerzo del portero Marquitos.

Era el empate. Era de la derrota cruel y hasta infame. Era el título escapándose entre los dedos, como nunca había ocurrido, ni nunca se pudo imaginar. Era el premio merecido, no buscado ni ansiado, pero sí ganado a pulso, ¡a mucho pulso!, negado con una sonora bofetada por el ejército formado por el azar, el infortunio y la desesperación.

En los dos míseros y crueles minutos de descuento, Ostengo sustituyó a Molins en un atormentado último esfuerzo dentro de la pesadilla.


Al final, como dijo el poeta, llegó el final. 
 
Y en la banda, en el pasillo, en el vestuario, en cada uno de sus bancos, en las duchas y en el autocar de vuelta; en las casas, en los patios, en las calles y plazuelas; en las mentes, en los corazones y en los ojos, todo fue tristeza, sorpresa y desilusión.
... pero lo importante es que en los corazones se quede plantado ese brillo, aunque tenue, débil y apenas perceptible, de que lo que se anhela es posible y de que con paciencia y fe se llega incluso donde jamás se pensó que se podría llegar.
Un gol, 5 segundos o un incluso un título, al final, en el fondo, son efímeros, muy efímeros. Y, realmente, poco importantes”,
dijo el Míster rodeado de la plantilla y resto de cuerpo técnico, trabajadores y demás staff, desde el escenario, en el Coliseum, frente a miles de aficionados, al final del enorme recibimiento y de la gran fiesta de final de temporada.


lunes, 17 de junio de 2019

T59. 1ª parte: Caer y saber levantarse...

 
El sábado amaneció lleno de expectación en la ciudad.
 
Las rutinas habituales en el quiosco de la plaza, en la panadería, la salida de la Misa de 12, resultaron extrañamente rápidas y calladas.
 
El bar de la Plaza reunió a una inusualmente baja asistencia a la hora del vermú. Y los tertualianos que acudieron a la tradición anterior al partido, apenas intercambiaron unas cuantas opiniones y comentarios. Ni siquiera hubo disparidad de criterios.
 
Parecía que todo el mundo estaba dejando pasar el tiempo concentrando sus deseos hasta el pitido inicial.
 
El Equipo había viajado a la capital aragonesa al difícil feudo del Deportivo, el líder, para disputar el último partido de Liga. A un sólo punto, el título asomaba detrás del muro del equipo local.

                                                          *

En la primera vuelta, en el partido inicial de la temporada, los aragoneses habían sacado un empate del Coliseum, que supuso la primera sorpresa para el Club que se las prometía muy felices en su regreso a VI.
 
Después, las derrotas consecutivas frente a Stevemasters a domicilio y Racing de Tarraco en casa, devolvieron al Equipo a la cruda realidad y lo sumieron con un mísero punto en tres partidos, en la penúltima posición. ¡Puestos de descenso directo!.
 
Las alarmas se dispararon y aparecieron los detractores, los agoreros y las urgencias.
 
El Míster trató de calmar los ánimos y apeló a la paciencia y a la fe en el trabajo y el plan trazado... pero su cabeza olía a pólvora.



Los siguientes tres partidos, contra los rivales más fáciles del grupo, sirvieron para reordenar el equipo y ajustar todos los puestos. La llegada del mexicano Navarro para reforzar una defensa que castigada por la edad que empezaba a perder fuelle y el duro trabajo con los delanteros, parecieron surtir efecto y el Equipo consiguió tres victorias consecutivas con marcadores muy holgados: 17 goles en tres partidos.

Por primera vez en mucho tiempo, aquellas sequías goleadoras que nos habían expulsado de V, parecían desvanecerse.
 
En el último de estos partidos llegó la noticia triste de la temporada: Alejandro César, el veterano baluarte de la defensa convertido en símbolo del Equipo, caía gravemente lesionado. Su carrera estaba acabada.
 
El entrenador Marsá se reunió de inmediato con el Propietario para hacerle ver la importancia de reforzar la plantilla y consiguió los fichajes de dos defensas veteranos pero de calidad, como el barsileno Jacó Penha y el polaco Olek.
 
Ambos debutarían en el ultimo partido de la primera vuelta frente a Revolta, entonces líder, en el Coliseum en un encuentro que olía a examen de reválida, a última oportunidad, a solicitud de purgatorio.


 
El Equipo jugó el mejor partido de la temporada, con un gran esfuerzo en todas las líneas. 

No obstante fue el rival quien se adelantó en el minuto de la primera parte en una de las escasísimas ocasiones que tuvo. Por contra las ocasiones de los locales eran muchas pero sin resultado.
 
Marsá realizó un cambio al inicio de la segunda parte dando entrada al Ratoncito en la delantera y a Immerzeel en la defensa sustituyendo a unos agotados Ostengo y Majidi que lo habían dado todo.
 
Y la paciencia dio sus frutos cuando el máximo goleador del Club se hizo con un despeje para internarse hasta la misma red con el balón. ¡Marca de la casa!. 1-1 en el 52'.
 
El Equipo siguió fiel a su estilo y 15 minutos después, era el joven canterano Parfenie quien 
culminaba una magnífica jugada y anotaba el 2-1.
 
La otra estrella de la Cantera, Oscar Jarés, tuvo en sus botas la ocasión de asegurar el partido tras un estratosférico pase de más de 40 metros del genial Jacó Penha, pero no acertó.
 
Y como suele pasar en la siguiente jugada, el rival consiguió el empate en la tercra ocasión de todo el partido. La alegría había dirado 5 minutos y de nuevo el terror se cernía sobre los aficionados y el propio Club.
 
Marsá intentó mantener los ánimos y la fe en la victoria, pero los jugadores no eran capaces de sobre ponerse: lo hacían todo, pero no salía nada.
 
Pero el destino, esta vez, no se ensañó con el Equipo y en el minuto 80, una confusa jugada de Parra, el MVP de la temporada, dentro del área acabó con el habilidoso jugador en el suelo. Tras unas décimas de incertidumbre el pitido del árbitro señaló el penalty salvador.
Navarro, en ausencia de Majidi, demostró su valía y anotó el 3-2 definitvo.


Un gran partido con un resulto demasiado justo, pero que devolvía al Equipo a su condición y permitía seguir creyendo, no sólo en la salvación directa, sino quien sabe si en algo más. El Equipo acababa en 5ª posición.



miércoles, 24 de abril de 2019

Hene Engler: el suizo pausado


Con la llegada a la mitad de la temporada, el Club anunció la retirada del veterano y querido defensor Hene Engler, quien disputó su último encuentro en la jornada inicial de esta T59, contra el Equipo Callejero, en la Copa de España, con casi 41 años. Lo que no fue óbice para que consiguiera unas meritorias 4 * en los 23' minutos en que estuvo en el campo.


Engler, llegó desde el prestigioso club N83 de Zurich, Suiza, donde había sido descubierto en la T35 y donde desarrolló casi toda su carrera. La operación, una más de los brillantes fichajes del equipo del Míster Marsá sabiendo aprovechar los últimos años de calidad de un veterano y curtido central, supuso un desembolso de algo menos de 400,000 euros.
 
Llegó en la temporada 51, cuarta con Marsá, cuando el equipo ascendido brillantemente a VI disputaba su tercera temporada en esta categoría, habiendo cosechado dos segundos puestos. Esa temporada quedaría tercero, pero sólo un pasito atrás para coger impulso y alzarse con el título de liga en la siguiente, T52, consiguiendo también el ascenso a V en el partido de Promoción.
 
El Equipo volcado en su poderoso ataque, solía presentar en muchas ocasiones sólo 2 defensas y vivía de las rentas, defensivamente hablando, con los veteranos Lupashko, Belankov, Danielssón y el polivalente canterano Pere Gasau. Hene llegó como refuerzo al fichaje de Neufuss la temporada anterior, completándose la defensa con el exótico defensor de la India Chaturvedi y el portero Hajiabadi.
 
La llegada de varios refuerzos con el Equipo en la exigente V división, Majidi en la T53, César en la T54 y Kida en la T55, poco a poco fueron relegándole al segundo equipo.


Su mejor actuación se produjo en la T52, con 7 estrellas, en Liga frente a Barrayar.
 
Con poca proyección en el ataque, ha conseguido 15 goles con el Club repartidos en 9 goles en Liga, 2 en Copa y 4 en Amistosos. No obstante tiene el honor de haber logrado el gol 3.000 del Club y el 1.500 en Liga.


Jugador tranquilo y educado en el campo, ha sido siempre apreciado en el vestuario a pesar de su extrema discreción.

Deja el Club tras 8 temporadas para retirarse a su patria Suiza, para continuar con la tradicional elaboración de chocolates en su Broc natal, junto al lago de La Gruyere.


sábado, 16 de marzo de 2019

T58: El Fin del Sueño


Aún ahora, en que el pulso me tiembla sin remedio y los dedos trazan irregulares líneas en el papel, casi sin conseguir ligar unas letras a otras en una palabra apenas inteligible, me gusta sentarme al anochecer en este rincón del salón, junto a la repleta librería de madera de acacia, a la luz de esta antigua lamparita cromada cuya bombilla incandescente, obsoleta y seguramente ilegal, tiñe todo de un cálido tono miel, para escribir alguna de las cosas que he podido vivir antes de que el pozo de mi memoria se quede seco o, lo que probablemente sucederá antes, no sea capaz de encontrar la manera de subir el cubo con la preciada recompensa.

Siempre me ha gustado seguir mi particular ritual lentamente, incluso en mi juventud. 
 
Primero retirar ligeramente la lámpara para dejar espacio suficiente para acomodar unos pliegos de papel verjurado, siempre blanco, flanqueados por el estuche de la estilográfica y el bote de tinta, cuyo color depende de mi estado de ánimo, o del carácter del escrito que voy a acometer.

Después con cortos movimientos, pausados y sencillos, abro el estuche de cuero rugoso disfrutando de su especial tacto y saco la estilográfica de su mullida cama de seda. Es un dulce despertar. A veces incluso le digo unas palabras como si abrazara a un bebé fuera de su cuna: “...ha llegado el momento de que te expreses...”. 
 
El cuerpo de celuloide laminado semitransparente – terso, pulido – muestra los brillos nacarados de las franjas silver pearl. Apenas pesa. Descansa en la mano casi sin apreciarse. Como un niño aún dormido en los brazos de su padre.

Desenrosco el capuchón con ese elegante clip art decó en forma de flecha – golden arrow se llamó en el momento de su lanzamiento este modelo, allá por el final de los años 30 del siglo pasado – y extraigo el cuerpo cilíndrico y curvado con el plumín de 14 kilates fino y brillante. Me gusta mantenerlas impecables, limpias y listas para el uso.

Hago girar el final del cuerpo y dejo a la vista el botón de plástico transparente – fruto de las restricciones de la época de guerra en que se sustituyó el original metálico – que al accionarlo presiona el diafragma interior y vacía el depósito. Destapo el frasco de la tinta marrón chocolate, esta vez , será por el ambiente invernal próximo a la Navidad, y sumerjo ligeramente el plumín que desparece en el denso líquido. 
 
Presiono lentamente el botón – ese sistema de llenado que revolucionó el mundo de las estilográficas y que se convirtió en el método más limpio y seguro – y el aire sale formando pequeñas burbujas que aparecen en la superficie y crean curiosos reflejos en la capa de tinta. Al soltarlo el líquido entra por succión en el interior del cuerpo – el primer depósito sin funda de la historia – y lo rellena poco a poco, intentando expulsar el aire contenido. Repito la operación varias veces pausadamente, aguantando unas décimas en el punto máximo de presión antes de soltar tal y como recomendaba el fabricante, para que poco a poco el aire residual vaya siendo expulsado y la cavidad quede totalmente rellena de tinta. 
 
Finalizada la operación, mezcla de tradición y tecnología, limpio con un paño liso sin pelusas el plumín y me apresto a probar su escritura. Con una suave sensación de firmeza se apoya en el papel y se desliza fácilmente dejando su rastro de color marrón. El aroma de la tinta con esencia de canela, inunda sutilmente la atmósfera bajo la cálida luz de la lámpara de mesa. El plumín, duro pero flexible, se curva infalible abriendo el punto con facilidad según presiono. La escritura se convierte entonces un arte.


Recuerdo aquella temporada 58... “el año en que acabó el sueño” escribieron los periódicos.
En realidad, el sueño llevaba ya varias temporadas siendo un duerme vela inquieto e inseguro y en aquella se convirtió casi en pesadilla. En el equipo éramos muy conscientes de ello y aunque sufrimos por la impotencia, nuestro disgusto fue mucho menor que el de los aficionados. En el Club muchos se negaban a admitir la realidad y lo peor es que sobre todo en los medios, se seguía exigiendo unos resultados que no estaban a nuestro alcance. Fue una época dura, sin duda.
El Equipo se había forjado apoyado en veteranos de mucha calidad y algunos jóvenes muy valiosos, sobre todo en el mediocampo. Y con el paso del tiempo aunque los segundos alcanzaron su máximo potencial, la defensa y la delantera perdían cualidades sin cesar. Éramos un gigante con pies de barro. Bueno, o una locomotora sin ruedas, ni raíles... difícilmente podía ir a ningún sitio.
En vista de lo que venía sucediendo en las temporadas previas y de que no había mucho más margen de mejora con el entrenamiento de jugadas, decidí cambiar – como por otro lado estaba ya planificado desde hacía tiempo – al de anotación, que nos había dado grandes alegrías y enormes jugadores en el pasado con el Míster Gierada. Los partidos se habían convertido en una frustración porque por mucho que domináramos, no éramos capaces de hacer goles y en cambio cada vez que nos llegaban, nos marcaban. Esto fue minando a los jugadores y no se podía comprender desde la grada. La verdad es que injustamente se acusó a algunos jugadores o al conjunto, por su falta de dedicación. Pero no era esa la causa. Cuando el oxígeno no llega a las piernas, hace tiempo que no pasa por el cerebro. Y si la cabeza está vacía, el corazón no importa.
La apuesta era fuerte y valiente, pero era la única salida y desde el principio significaba ponernos en un gran riesgo, casi una certeza, de perder la categoría.
El recorrido en V había sido increíble. Nadie pudo jamás soñar con algo así.
Llegamos a base de esfuerzo en un partido de promoción histórico. Y durante las primeras dos temporadas habíamos arañado la salvación del descenso directo, y a base de corazón, habíamos conseguido mantenernos en el partido de promoción. Éramos un enano compitiendo con gigantes. Y todos lo asumimos. Y parecía lo normal.
Quizás el desastre – qué ironía – fue el éxito impensable de la tercera temporada en V, la 55. De golpe todo encajó y el Equipo se aupó a la segunda plaza del grupo, ¡ en V nada menos !. Fue un momento mágico y el premio a mucho trabajo tanto en los despachos como en el terreno de juego y sobre todo llevados por el clamor y apoyo de las gradas.
Pero, las expectativas se dispararon.
A muchos se les subió el éxito a la cabeza y les nubló la vista, y dejaron de ver la realidad. La temporada siguiente a pesar de los buenos resultados, similares a la 55, acabamos cuartos. El resto de los equipos también mejoraban, ¡qué demonios!, pero eso nadie parecía comprenderlo.
En la 57 volvimos a nuestro lugar y de nuevo nos salvamos in extremis del descenso directo, en el último partido. Y ganábamos el partido de promoción brillantemente. Era como prolongar la condena una temporada más.
Y al final llegó el descenso. Es verdad que podríamos habernos salvado de nuevo en el último partido. El Equipo estaba agotado y las lesiones, sobre todo en defensa, nos tenían muy limitados. Decidí hacer una alineación, un poco arriesgada, pero en mi cabeza, muy adecuada. Premié a los jugadores que estaban en mejor forma y que más habían trabajado. Pero se nos escapó entre los dedos.
Al final habíamos conseguido depender de nosotros, de nuestra victoria, en ese último partido frente al cuarto clasificado. Saltamos al campo pensando sólo en la victoria. No servía otro resultado. Pusimos una 2-5-3: no se puede ser más directo. El principio, a pesar de las ocasiones que creábamos, parecía un calco del resto de la temporada – y alguna anterior –, dominio, pero el gol no llegaba. Por fortuna atrás, Hajiabadi en la portería y Majidi y Kida, con la ausencia de César lesionado gravemente y obligado a la retirada, se empleaban como auténticas fieras frente a la clara superioridad del ataque rival.
Pero no se puede aguantar eternamente y al principio de la segunda parte nos hicieron dos goles en dos minutos, en dos ocasiones de las cinco que consiguieron hacer en todo el encuentro. Qué crueles son a veces las cifras.
Por suerte teníamos grandes jugadores y grandes mitos en el Equipo siempre los hemos tenido que sabían cuándo se les necesitaba. Un par de minutos después, el Ratoncito, convertido ya en un veterano indispensable y segundo capitán, asumió la ausencia de Molins, también lesionado, y decidió ser él quien empezara a cambiar el destino. Una internada brillante a base de picardía y habilidad, rematada con un disparo tremendo que restalló en el larguero antes de reventar las mallas –como le gustaba al gran Maestro Holandés del eterno número 14 – nos dio el 1-2.
La reacción del resto del Equipo, espoleado por su líder, no se hizo esperar y una aluvión de juego nos llevó, apenas tres minutos después a forzar al contrario a cometer un penalti, que el fiable Majidi no desaprovechó. Era el 2-2 y quedaban más de 25 minutos.
Lo seguimos intentado, pero el rival sacó refuerzos frescos, incluso de mayor calidad. Es lo que tienen los equipos de este nivel. Y a pesar del esfuerzo y el dominio, no logramos marcar el gol de la victoria. Y de la promoción.
Cuando sonó el silbato con el 2-2 en el marcador, una proeza sin duda, creo que a muchos se les cayó la venda de los ojos.
Terminábamos la temporada con tan sólo 1 victoria y 1 empate, – bueno, contabilizamos otras dos por la baja de uno de los equipos del grupo – y con apenas 8 goles marcados en 14 partidos. El pichichi del Equipo en Liga fue Majidi con 3 dianas, lo que es una cifra realmente insignificante. En toda la temporada nos sorprendimos con grandes goleadas en Copa, donde el Equipo alcanzó la nada desdeñable tercera ronda y posteriormente la cuarta en la Rubí. En total 25 goles con el canterano Jarés, el fiable Gomila, el emperador César y un comprometido Pinilla, alcanzando cada uno la máxima cantidad de 3 goles. En los amistosos, Toledo, un joven canterano que vio frustrado su ascenso en mediocampo con el cambio de entrenamiento, se resarció convirtiéndose en el máximo goleador con 4 tantos.
Con estos resultados, realmente hay que reconocer que no nos merecíamos seguir en la categoría. Creo que aun hoy en día, hay muchos que siguen sin entenderlo. La sentencia casi era una liberación.
El proyecto estaba de nuevo vivo: bajar a VI y competir de nuevo; terminar de formar a los magníficos delanteros que habíamos criado en el juvenil: Jarés sorprendente máximo goleador de la temporada y que ya apuntaba a lo que llegaría a ser; Parfenie y Filegonio Orge, el futuro capitán, e incluso traer nuevos jóvenes de fuera; recuperar el espíritu de victoria y entrar en el mercado tras varias temporadas de ahorro para renovar la defensa y hasta la portería a pesar de la calidad existente; … en fin... sacábamos la cabeza del pozo en el que habíamos sufrido varias temporada y en especial en aquella en que como récord sólo podríamos contar las goleadas en contra...
No quedaba otra que hacer examen, pulsar las teclas necesarias en el ánimo de jugadores y afición y ponerse a trabajar. Una temporada da para mucho y el objetivo del ascenso a V, al que no había por qué renunciar, exigia lo mejor de cada uno de nosotros.”


domingo, 3 de marzo de 2019

Juan Gilbert: el mejor jugador de la historia


Don Albert miró el pequeño reloj de cuco que colgaba al otro lado del chiscón, levantándose las gafas hasta la amplia calva. Durante unos segundos le costó enfocar la mirada, por la tenue luz que iluminaba la parte alta de la pared y por llevar varias horas trabajando tras las gruesas lentes de cerca. Alrededor de él, acuclillado sobre un taburete de poco más de un palmo de altura, se extendía una marea de zapatos y botas de todo tipo y tamaño, en un ineescrutable orden que sólo él conocía. Las manillas señalaban las ocho menos diez.
La campanilla sonó al abrirse la puerta. Tras el bajo mostrador de madera oscurecida por las sucesivas capas de barniz apareció su primogénito Albert, como él, quitándose el grueso gorro de lana.

Ya he entregado el último”, dijo mientras trataba de calentarse las manos, juntas, con el aliento. 
"Ve recogiendo, anda”, le contestó sin levantar la vista, mientras terminaba de pulir con la gamuza un par de borceguíes recién hechos.

El joven con diligencia cerró las contraventanas del pequeño escaparate que ocupaba la única fachada y comenzó a barrer los restos de cuero, clavos y trapos manchados de betún que se acumulaban en el serrín que cubría la desgastada tarima.

El pequeño espacio era un festín de olores y fragancias. 

La luz baja, concentrada en el suelo, sacaba matices diversos a la madera que cubría el zócalo y el mostrador con los estantes donde se acumulaban los zapatos reparados para entregar a los clientes.

Al poco D. Albert se levantó quejumbrosamente de su escabel y se colocó la zamarra de grueso paño mientras recogía el paquete recién envuelto en papel de estraza y atado con un cordón viejo y salió mientras su hijo apagaba la luz y cerraba la puerta.

Un penetrante chirrido acompañó la bajada del cierre metálico. “A ver si mañana le echamos un poco de grasa a los carriles”, pensó. Echado el candado, padre e hijo se dirigieron andando pausadamente y en silencio calle abajo hasta cruzar el río. Luego una suave pendiente flanqueada por álamos les condujo hasta un arco que daba entrada a la plaza porticada. La atravesaron por el centro, siguiendo el eje mayor, mientras observaban de refilón los escaparates ya adornados con luces y estrellas.

Al otro lado, a la derecha, una calleja estrecha y serpenteante que salía hacia el este, desembocaba un centenar de metros después en un escondido patio irregular en fondo de saco. Al acercarse oyeron el golpeteo de un viejo balón de cuero deshinchado rebotando contra los muros de piedra. El sonido del puntapié y posterior choque con las paredes, era rítmico y constante.

Antes de que se les pudiera ver desde el pequeño patio, el rebote del balón se detuvo y tras un breve silencio, el sonido de unos pies menudos corriendo a pasos cortos y rápidos repiqueteó sobre los adoquines.

Juan, el pequeño de los varones, nacido el año siguiente a que dejaran su tierra, apareció por la esquina con el balón bajo el brazo y el cuerpo inclinado para mejorar la velocidad del giro, con su flequillo revuelto, sus pantalones cortos y las mejillas encendidas por el ejercicio.

Corrió hacia los dos hombres y se detuvo, respetuosamente unos metros antes, clavando sus ojos marrones en su padre a la espera del permiso para saludar.
Sin levantar la mirada del pavimento D. Albert dijo secamente: “Hola Juan. Vamos a cenar”.

El niño se colocó al lado de su padre y siguió su andar cansino. El padre con un suave gesto colocó su mano sobre la cabeza del niño y acarició lentamente sus cabellos, en movimientos circulares.

Juan no pudo evitar mirar de reojo el grueso paquete que el viejo llevaba bajo el brazo. Después, como los dos adultos, fijó la mirada en el suelo y los tres caminaron hacia la puerta de la casa.


Dentro el calor de hogar se unía al de la cocina de hierro que ocupaba un lateral, para caldear aquella noche de diciembre. El aroma del caldo de verduras invadía la estancia donde la familia hacía la vida alrededor de una mesa redonda bajo una lámpara de telasuspendida del techo. Un par de sillones con una pequeña mesa en la que había una lámpara de latón en el rincón de la chimenea, junto a la escalera que subía a los dos dormitorios, completaban el escueto mobiliario. No había espacio, ni necesidad, para más.

La pequeña Clara, dos años menor que Juan, y que a duras penas superaba la altura de la mesa, estaba colocando los platos, vestida con un mandil de cuadros parecido al de su madre, quien se afanaba en el fogón con una gruesa cuchara de madera en la mano a modo de batuta.

Rápidamente terminaron de disponerlo todo para la cena, mientras el Padre y el hijo mayor se lavaban las manos llenas de betún y se refrescaban la cara en una pila junto a la puerta trasera de la cocina.

Una vez sentados todos a la mesa alrededor de la humeante sopera, Don Albert como todas las noches dio gracias por la comida y la felicidad de tener a toda la familia reunida tras una larga jornada, en una ceremonia que no por repetida dejaba de ser plenamente sentida por cada uno de los miembros.

Después en un ritual perfectamente sincronizado fueron pasando los platos hasta la madre, que tras llenarlos de sopa los devolvía en el mismo movimiento circular para que quedaran repartidos en la mesa. Cuando comenzaron a comer, en silencio, Juan no podía dejar de mirar aquel paquete que su padre había dejado sobre la mesita junto a los sillones. Pero ni dijo nada, ni se le ocurriría hacerlo.

La cena transcurrió pausadamente y en casi total silencio, salvo algunas breves preguntas de la madre sobre los acontecimientos del día que fueron respondidas por Albert hijo, completando los monosílabos de su padre.

Cuando llegó la hora del postre, Doña Inés bajó la pesada puerta del horno y sacó un esponjoso bizcocho sobre el que vertió una gruesa capa de chocolate aún caliente, con el cazo. 

Luego sacó unas velas del pequeño cajón de la alacena y adornó la tarta. Las encendió con un ascua del fogón y la llevó a la mesa colcándola en el centro con una enorme sonrisa. Juan pensó que la cara de su madre resplandecía más que la de la figura de la Virgen del altar de su colegio.

Por un momento todos miraron a Juan y los ojos les brillaban llenos de cariño. La pequeña Clara corrió al lado de su hermano. Con la tarta delante del niño, éste se subió de rodillas a la silla para contemplarla en toda su magnitud y poder acercarse más a ella. La miró con emoción un segundo. Después, miró a su padre.

Feliz cumpleaños, hijo. Puedes pedir un deseo y soplar las velas”, dijo escuetamente. En su ronca voz había una pincelada de calidez que Juan rara vez escuchaba.

Juan miró al paquete de reojo y después cerro muy fuerte los ojos y juntó las manos. Con los ojos cerrados y una única cosa en la mente, respiró hondo. De inmediato los abrió, se echó hacia delante y apagó las 8 velas de un solo soplido. Los aplausos de Clara adornaron el momento. Después su madre cortó la tarta y la repartió en el mismo orden que el resto de la comida, siguiendo la posición en la mesa: primero el padre, luego Albert hijo, después Juan y Clara y finalmente ella.

Todos degustaron la tarta con una sonrisa. Menos Juan que dio cuenta de ella como si pudiera desaparecer si perdía un sólo segundo. Una vez terminada se limpió los restos de chocolate de la comisura de los labios y cruzó los brazos sobre la mesa poniendo erguida la espalda, como tantas veces hacía cuando las monjas exigían orden y silencio. La mirada clavada en su padre.

Este saboreaba el bizcocho lentamente con la mirada fija en el plato. Tras apenas un segundo, que a Juan le parecieron horas, pero dispuesto a aguantar lo que hiciera falta, el padre le miró por encima de los gruesos cristales. Apenas una décimas y volvió a bajar la mirada al plato. Y pausadamente dijo: “Anda, Albert dale el paquete”.

El hermano mayor se levantó y cogió el paquete que estaba detrás él. Con una gran sonrisa, como si conociera un secreto que por fin iba a compartir con su hermano menor, se lo acercó. Juan sólo tenía ojos para el paquete cuando este llegó a sus manos, pero aún así se detuvo un segundo y miró con todo el amor que podía primero a su padre, que le devolvió un guiño imperceptible y después a su hermano y a su madre. Clara se abalanzaba sobre él. Respiró profundamente y desató el nudo y retiró el papel.

Sus ojos brillaron como nunca y su respiración se aceleró hasta lo indecible. En sus manos tenía el par de botas de fútbol más brillantes y más bonitas que jamás podría haber imaginado. El cuero negro estaba pulido e impecable y los refuerzos cosidos y teñidos de blanco alrededor de los ojales, en las cuatro franjas de los laterales y en la parte alta del talón le daban un toque de distinción y elegancia. Parecían los guantes de un mago... del balón. Pasó los menudos dedos recorriendo cada milímetro de su superficie. Después les dio la vuelta y acarició los pequeños tacos de goma de la suela. Era como si toda la vida hubieran estado unidos al cuerpo de la bota. Apenas se podían distinguir las costuras engrasadas metidas en las pequeñas acanaladuras de la suela. Les dio varias veces la vuelta y las observó desde todos los ángulos apreciando cada detalle, antes de pedir permiso para ponérselas.

Pues claro, cariño, son tuyas”, le dijo su madre, confirmándole algo que todavía no podía creer.

Cuando se las calzó notó como el pie entraba suavemente y quedaba acomodado en el interior acolchado. Cuando tensó los cordones la piel se ciñó perfectamente a la forma del pie. Tras pasar los largos cordones blancos alrededor de la bota un par de veces los ató con doble lazada bien sujetos. Entonces se puso de pie.

Por un momento necesitó acomodar el peso en toda la planta para poder estabilizarse sobre los pequeños tacos. A continuación dio unos pasos. Las botas eran ligeras y flexibles. Y agarraban el pie con firmeza. Lanzó una mirada llena de alegría e ilusión a sus padres.

Anda, ve al descampado a probarlas...”, le dijo su madre, y cogiendo el balón salió como una exhalación. Su hermano apenas pudo ponerse el chaquetón para seguirlo.

Albert, sólo media hora, que se tiene que acostar pronto para el partido de mañana”, le dijo Doña Inés.

Tranquila, mamá...”.


En el descampado que había al otro lado de la tapia del jardín trasero, Juan comprobó que los tacos se agarraban a la tierra suelta y algo dura como nunca había notado unas suelas. Giraba y no se resbalaba. Frenaba y tenía pleno apoyo para salir como una flecha de nuevo.

Y al golpear el balón, la puntera reforzada y el empeine con la curva suave y uniforme, acariciaban el balón con el tacto perfecto de cada costura de la pelota. Podía chutar tan fuerte como quisiera. El cuero amortiguaba la dureza del balón recién hinchado por su hermano.

Así estuvo un buen rato que a él le parecieron siglos hasta que Albert le avisó para que pararan y volvieran. No había nada que le gustara más que jugar con su hermano mayor. las contadas veces que éste podía. Bueno, salvo jugar partidos con un equipo importante como iba suceder la día siguiente, claro.

Iba a jugar en los benjamines del equipo de la ciudad. Aún le faltaba un año para tener la edad, pero el Padre Servando, quien le dirigía en el equipo de su colegio, había avisado a un amigo suyo que estaba en el cuerpo técnico del equipo profesional, un polaco muy raro al que no se le entendía nada y escupía en el suelo constantemente, para que le viera en alguno de los partidos de la Liga de Colegios y este le había dicho que Juan tenía que “probar” en el Equipo.

Que su cumpleaños fuera justo el día de antes de la prueba había sido una gran suerte. Con esas botas ya nadie le alcanzaría. Sería un rayo corriendo con el balón por el campo. Podría poner el balón donde él quisiera y nadie podría aguantar sus regates.

Cuando volvían andando, por un momento, por primera vez, pensó que quizás no estaría a la altura de aquellos chicos mayores que él.

Tú tranquilo, Juan, juegas mejor que ningún niño que haya visto y sabes perfectamente lo que tienes que hacer”, le tranquilizó su hermano.

Y al fin y al cabo Albert sabía mucho de fútbol. Bueno, sabía casi todo lo que se puede saber.

Antes de mudarse a donde ahora vivían, hacía catorce años Albert había sido seleccionado, en un partido parecido, para jugar con el FCB, un equipo muy importante de la Ciudad de los Condes. Jugó allí durante seis años, eso había oído Juan en las contadas ocasiones en que se hablaba de aquella época en casa, llegando a los juveniles. Todos decían que era un magnífico jugador y que algún día sería profesional.

Después cerraron la fábrica de calzado donde trabaja su padre por culpa de algo relacionado con las fronteras o con el gobierno de aquella región, él nunca había entendido eso, y la familia tuvo que mudarse fuera para encontrar trabajo. Don Albert puso la zapatería, que era lo que había hecho toda su vida y su madre empezó a trabajar en la fabrica de mantas. Su hermano tuvo que empezar a trabajar, mientras estudiaba por las noches. Como cartero por las mañanas, en el mercado llevando recados por las tardes y en el horno de pan en las madrugadas de los fines de semana, además de ayudar a su padre. Con ese horario no quedaba tiempo para jugar al fútbol, aunque este nunca desaparecería de su vida. Le gustaba leer sobre fútbol, veía todos los partidos que podía en los campos cercanos, da igual de qué categoría o edad, en la televisión, donde fuera y algún día, sí, quizás algún día, seria entrenador.

Cuando acabó los estudios ingresó en la oficina de patentes y después de la jornada seguía ayudando en la zapatería. Ahora con casi 25 años, el fútbol era un bonito recuerdo y sobre todo la ilusión de ver a su hermano menor convertirse en mejor jugador de lo que él jamás habría podido llegar a ser.

Mientas regresaban a casa, Albert le cogió cariñosamente por el hombro y le acercó a él, mientras le revolvía el pelo como su padre, en una broma habitual entre los hermanos. Y Juan en ese momento sintió que efectivamente sabía lo que tenía que hacer al día siguiente y que todo saldría bien. 

También supo que su vida sería el fútbol y que le devolvería a su hermano todo el esfuerzo que él había dado a la familía, para permitirle a Juan vivir su sueño.


Al día siguiente Juan entró brillantemente en los benjamines de Falkis y siete años después pasó a los juveniles de DaniFalkis, donde jugó tres temporadas y consiguió 6 goles, alcanzando una máxima puntuación de seis estrellas y media.


Ascendió al primer equipo en la T30, última temporada del italiano Darío Mazzola. La siguiente temporada vivió, ya con el Míster Gierada, el primer descenso a VIII, por lo que a lo largo de su carrera ha jugado en todas las categorías por las que pasó el Equipo, hasta la histórica y mítica V.

Ha jugado casi 300 partidos con el equipo y con los años se ha convertido seguramente en el auténtico mito del Club: un jugador que desarrolló toda su carrera en Falkis y que consiguió los más grandes éxitos y reconocimientos. Una leyenda.

Hoy en día es considerado uno de los más grandes jugadores y como anécdota mencionar que su cromo de la temporada 31, en la que el Equipo consiguió el ascenso a VI en un partido en el que Juan Gilbert llegó a las increíbles 9 estrellas convirtiéndose en el centrocampista con mayor puntuación hasta aquel momento, ha obtenido cifras estratosféricas en las subastas de memorabilia.

Fue el más joven en incorporarse a los Tres Mosqueteros, línea meduar que marcó el antes y el después en el devenir de falkis, aunque dada su habitual precocidad fue ascendido el segundo tras Fortuny.

Su elegancia, tranquilidad y su honradez en el campo le valieron el sobrenombre de El Kaiser. 

En la T39 se convirtió en el mejor jugador de la historia del Club.


Desde la T30, ha sido el jugador en activo más veterano de la plantilla.

Aunque la llegada de los jóvenes valores de la llamada APP, media diseñada desde la cantera, le relegó a una situación más apartada de la titularidad, siguió ayudando al Equipo cuando así se le necesitó y disputó su último partido, un amistoso, en la T53.

A lo largo de su carrera destacó su carácter carismático que suponía un referente en el vestuario, donde su experiencia y su visión del juego siempre fueron muy tenidos en cuenta.

Siendo su mayor habilidad el juego del balón y siendo un jugador especialmente rápido, también consiguió sus logros como golpeador, anotando a lo largo de su carrera 2 hattricks. 
Se proclamó Pichichi del Equipo en la T41 con 4 goles.

Se retira con 45 años como el 6º mayor goleador en activo y 9º histórico, con 49 goles en partidos de liga, otros 12 en Copa y 20 en amistosos, para un total de 81 goles. Fue máximo goleador histórico en Copa y también en Amistosos adelantando a su amigo y compañero Fortuny .


Tras 37 años en las diferentes categorías de Falkis, su declaración en su perfil del equipo adquiere sin duda toda la relevancia: “Todo se lo debo a mis entrenadores de Falkis”.


Juan Gilbert tendrá un lugar destacado en el equipo técnico del Club y en el Salón de la Fama de Falkis, como lo tiene por méritos propios en la historia y en el corazón de todos los aficionados y seguidores del Equipo de toda su vida.