sábado, 16 de marzo de 2019

T58: El Fin del Sueño


Aún ahora, en que el pulso me tiembla sin remedio y los dedos trazan irregulares líneas en el papel, casi sin conseguir ligar unas letras a otras en una palabra apenas inteligible, me gusta sentarme al anochecer en este rincón del salón, junto a la repleta librería de madera de acacia, a la luz de esta antigua lamparita cromada cuya bombilla incandescente, obsoleta y seguramente ilegal, tiñe todo de un cálido tono miel, para escribir alguna de las cosas que he podido vivir antes de que el pozo de mi memoria se quede seco o, lo que probablemente sucederá antes, no sea capaz de encontrar la manera de subir el cubo con la preciada recompensa.

Siempre me ha gustado seguir mi particular ritual lentamente, incluso en mi juventud. 
 
Primero retirar ligeramente la lámpara para dejar espacio suficiente para acomodar unos pliegos de papel verjurado, siempre blanco, flanqueados por el estuche de la estilográfica y el bote de tinta, cuyo color depende de mi estado de ánimo, o del carácter del escrito que voy a acometer.

Después con cortos movimientos, pausados y sencillos, abro el estuche de cuero rugoso disfrutando de su especial tacto y saco la estilográfica de su mullida cama de seda. Es un dulce despertar. A veces incluso le digo unas palabras como si abrazara a un bebé fuera de su cuna: “...ha llegado el momento de que te expreses...”. 
 
El cuerpo de celuloide laminado semitransparente – terso, pulido – muestra los brillos nacarados de las franjas silver pearl. Apenas pesa. Descansa en la mano casi sin apreciarse. Como un niño aún dormido en los brazos de su padre.

Desenrosco el capuchón con ese elegante clip art decó en forma de flecha – golden arrow se llamó en el momento de su lanzamiento este modelo, allá por el final de los años 30 del siglo pasado – y extraigo el cuerpo cilíndrico y curvado con el plumín de 14 kilates fino y brillante. Me gusta mantenerlas impecables, limpias y listas para el uso.

Hago girar el final del cuerpo y dejo a la vista el botón de plástico transparente – fruto de las restricciones de la época de guerra en que se sustituyó el original metálico – que al accionarlo presiona el diafragma interior y vacía el depósito. Destapo el frasco de la tinta marrón chocolate, esta vez , será por el ambiente invernal próximo a la Navidad, y sumerjo ligeramente el plumín que desparece en el denso líquido. 
 
Presiono lentamente el botón – ese sistema de llenado que revolucionó el mundo de las estilográficas y que se convirtió en el método más limpio y seguro – y el aire sale formando pequeñas burbujas que aparecen en la superficie y crean curiosos reflejos en la capa de tinta. Al soltarlo el líquido entra por succión en el interior del cuerpo – el primer depósito sin funda de la historia – y lo rellena poco a poco, intentando expulsar el aire contenido. Repito la operación varias veces pausadamente, aguantando unas décimas en el punto máximo de presión antes de soltar tal y como recomendaba el fabricante, para que poco a poco el aire residual vaya siendo expulsado y la cavidad quede totalmente rellena de tinta. 
 
Finalizada la operación, mezcla de tradición y tecnología, limpio con un paño liso sin pelusas el plumín y me apresto a probar su escritura. Con una suave sensación de firmeza se apoya en el papel y se desliza fácilmente dejando su rastro de color marrón. El aroma de la tinta con esencia de canela, inunda sutilmente la atmósfera bajo la cálida luz de la lámpara de mesa. El plumín, duro pero flexible, se curva infalible abriendo el punto con facilidad según presiono. La escritura se convierte entonces un arte.


Recuerdo aquella temporada 58... “el año en que acabó el sueño” escribieron los periódicos.
En realidad, el sueño llevaba ya varias temporadas siendo un duerme vela inquieto e inseguro y en aquella se convirtió casi en pesadilla. En el equipo éramos muy conscientes de ello y aunque sufrimos por la impotencia, nuestro disgusto fue mucho menor que el de los aficionados. En el Club muchos se negaban a admitir la realidad y lo peor es que sobre todo en los medios, se seguía exigiendo unos resultados que no estaban a nuestro alcance. Fue una época dura, sin duda.
El Equipo se había forjado apoyado en veteranos de mucha calidad y algunos jóvenes muy valiosos, sobre todo en el mediocampo. Y con el paso del tiempo aunque los segundos alcanzaron su máximo potencial, la defensa y la delantera perdían cualidades sin cesar. Éramos un gigante con pies de barro. Bueno, o una locomotora sin ruedas, ni raíles... difícilmente podía ir a ningún sitio.
En vista de lo que venía sucediendo en las temporadas previas y de que no había mucho más margen de mejora con el entrenamiento de jugadas, decidí cambiar – como por otro lado estaba ya planificado desde hacía tiempo – al de anotación, que nos había dado grandes alegrías y enormes jugadores en el pasado con el Míster Gierada. Los partidos se habían convertido en una frustración porque por mucho que domináramos, no éramos capaces de hacer goles y en cambio cada vez que nos llegaban, nos marcaban. Esto fue minando a los jugadores y no se podía comprender desde la grada. La verdad es que injustamente se acusó a algunos jugadores o al conjunto, por su falta de dedicación. Pero no era esa la causa. Cuando el oxígeno no llega a las piernas, hace tiempo que no pasa por el cerebro. Y si la cabeza está vacía, el corazón no importa.
La apuesta era fuerte y valiente, pero era la única salida y desde el principio significaba ponernos en un gran riesgo, casi una certeza, de perder la categoría.
El recorrido en V había sido increíble. Nadie pudo jamás soñar con algo así.
Llegamos a base de esfuerzo en un partido de promoción histórico. Y durante las primeras dos temporadas habíamos arañado la salvación del descenso directo, y a base de corazón, habíamos conseguido mantenernos en el partido de promoción. Éramos un enano compitiendo con gigantes. Y todos lo asumimos. Y parecía lo normal.
Quizás el desastre – qué ironía – fue el éxito impensable de la tercera temporada en V, la 55. De golpe todo encajó y el Equipo se aupó a la segunda plaza del grupo, ¡ en V nada menos !. Fue un momento mágico y el premio a mucho trabajo tanto en los despachos como en el terreno de juego y sobre todo llevados por el clamor y apoyo de las gradas.
Pero, las expectativas se dispararon.
A muchos se les subió el éxito a la cabeza y les nubló la vista, y dejaron de ver la realidad. La temporada siguiente a pesar de los buenos resultados, similares a la 55, acabamos cuartos. El resto de los equipos también mejoraban, ¡qué demonios!, pero eso nadie parecía comprenderlo.
En la 57 volvimos a nuestro lugar y de nuevo nos salvamos in extremis del descenso directo, en el último partido. Y ganábamos el partido de promoción brillantemente. Era como prolongar la condena una temporada más.
Y al final llegó el descenso. Es verdad que podríamos habernos salvado de nuevo en el último partido. El Equipo estaba agotado y las lesiones, sobre todo en defensa, nos tenían muy limitados. Decidí hacer una alineación, un poco arriesgada, pero en mi cabeza, muy adecuada. Premié a los jugadores que estaban en mejor forma y que más habían trabajado. Pero se nos escapó entre los dedos.
Al final habíamos conseguido depender de nosotros, de nuestra victoria, en ese último partido frente al cuarto clasificado. Saltamos al campo pensando sólo en la victoria. No servía otro resultado. Pusimos una 2-5-3: no se puede ser más directo. El principio, a pesar de las ocasiones que creábamos, parecía un calco del resto de la temporada – y alguna anterior –, dominio, pero el gol no llegaba. Por fortuna atrás, Hajiabadi en la portería y Majidi y Kida, con la ausencia de César lesionado gravemente y obligado a la retirada, se empleaban como auténticas fieras frente a la clara superioridad del ataque rival.
Pero no se puede aguantar eternamente y al principio de la segunda parte nos hicieron dos goles en dos minutos, en dos ocasiones de las cinco que consiguieron hacer en todo el encuentro. Qué crueles son a veces las cifras.
Por suerte teníamos grandes jugadores y grandes mitos en el Equipo siempre los hemos tenido que sabían cuándo se les necesitaba. Un par de minutos después, el Ratoncito, convertido ya en un veterano indispensable y segundo capitán, asumió la ausencia de Molins, también lesionado, y decidió ser él quien empezara a cambiar el destino. Una internada brillante a base de picardía y habilidad, rematada con un disparo tremendo que restalló en el larguero antes de reventar las mallas –como le gustaba al gran Maestro Holandés del eterno número 14 – nos dio el 1-2.
La reacción del resto del Equipo, espoleado por su líder, no se hizo esperar y una aluvión de juego nos llevó, apenas tres minutos después a forzar al contrario a cometer un penalti, que el fiable Majidi no desaprovechó. Era el 2-2 y quedaban más de 25 minutos.
Lo seguimos intentado, pero el rival sacó refuerzos frescos, incluso de mayor calidad. Es lo que tienen los equipos de este nivel. Y a pesar del esfuerzo y el dominio, no logramos marcar el gol de la victoria. Y de la promoción.
Cuando sonó el silbato con el 2-2 en el marcador, una proeza sin duda, creo que a muchos se les cayó la venda de los ojos.
Terminábamos la temporada con tan sólo 1 victoria y 1 empate, – bueno, contabilizamos otras dos por la baja de uno de los equipos del grupo – y con apenas 8 goles marcados en 14 partidos. El pichichi del Equipo en Liga fue Majidi con 3 dianas, lo que es una cifra realmente insignificante. En toda la temporada nos sorprendimos con grandes goleadas en Copa, donde el Equipo alcanzó la nada desdeñable tercera ronda y posteriormente la cuarta en la Rubí. En total 25 goles con el canterano Jarés, el fiable Gomila, el emperador César y un comprometido Pinilla, alcanzando cada uno la máxima cantidad de 3 goles. En los amistosos, Toledo, un joven canterano que vio frustrado su ascenso en mediocampo con el cambio de entrenamiento, se resarció convirtiéndose en el máximo goleador con 4 tantos.
Con estos resultados, realmente hay que reconocer que no nos merecíamos seguir en la categoría. Creo que aun hoy en día, hay muchos que siguen sin entenderlo. La sentencia casi era una liberación.
El proyecto estaba de nuevo vivo: bajar a VI y competir de nuevo; terminar de formar a los magníficos delanteros que habíamos criado en el juvenil: Jarés sorprendente máximo goleador de la temporada y que ya apuntaba a lo que llegaría a ser; Parfenie y Filegonio Orge, el futuro capitán, e incluso traer nuevos jóvenes de fuera; recuperar el espíritu de victoria y entrar en el mercado tras varias temporadas de ahorro para renovar la defensa y hasta la portería a pesar de la calidad existente; … en fin... sacábamos la cabeza del pozo en el que habíamos sufrido varias temporada y en especial en aquella en que como récord sólo podríamos contar las goleadas en contra...
No quedaba otra que hacer examen, pulsar las teclas necesarias en el ánimo de jugadores y afición y ponerse a trabajar. Una temporada da para mucho y el objetivo del ascenso a V, al que no había por qué renunciar, exigia lo mejor de cada uno de nosotros.”


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